Alicia al cabo de 150 años
El 24 de mayo de 1865, hizo hace unas semanas 150 años, apenas llegaron a las librerías del Reino Unido los primeros ejemplares de Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas, John Tenniel -el ilustrador del texto- insatisfecho con la reproducción de sus viñetas, ordenó la retirada del libro. Siendo Tenniel uno de los dibujantes más reputados de la Inglaterra de su tiempo, Macmillan and Co, la editorial, obedeció. Lewis Carroll, el autor de un cuento que estaba llamado a ser todo un clásico de la literatura infantil, tuvo muy poco que decir en aquella ocasión. Bien es cierto que los editores no destruyeron aquellos 2.000 ejemplares de la primera tirada. Muy por el contrario, tras entregar a Carroll los 50 que le correspondían como autor, fueron vendidos al editor estadounidense Appleton, quien tras cambiarles la portada los comercializó como la primera edición norteamericana.
Ya en el otoño de 1865, aunque su pie de imprenta estaba fechado en 1866, Macmillan and Co puso a la venta esa segunda edición inglesa que se hizo pasar por primera. De esta última, el autor solicitó un ejemplar en encuadernación de lujo para obsequiárselo a la pequeña Alice Liddell, a quien ya en noviembre de 1864 le había regalado el manuscrito original, con ilustraciones del propio Carroll.
La génesis de la obra se remonta a un paseo que Charles Lutwidge Dodgson dio, junto al reverendo Robinson Duckworth y las tres hermanas Liddell, por el Támesis. Fue el 4 de julio de 1862 y era Dogdson un diácono de la Iglesia Anglicana, un matemático eminente en el Oxford de su tiempo y uno de los grandes fotógrafos de la Inglaterra victoriana. Acaso para que su actividad académica no se viese afectada por la literaria, decidió publicar su cuento con el seudónimo de Lewis Carroll. Su pasión por las niñas era directamente proporcional al miedo que le inspiraban las auténticas mujeres, ante las que siempre tartamudeaba. Alice Liddell, hija del deán de la Iglesia de Cristo de Oxford, fue su favorita. Ya de mayor, preguntada por esa sombra de pedofilia que inevitablemente se cierne sobre la amistad que le unió al escritor, Alice siempre defendió la honestidad de Carroll. Pero lo cierto es que, 150 años después, las sospechas permanecen. Máxime si se considera que le gustaba fotografiar a las niñas desnudas o semidesnudas en lo que entonces pretendían ser alegorías de la pureza.
Un cuento, improvisado sobre la marcha para entretener a las tres hermanas Liddell en aquella velada del Támesis, en el que ya aparecía el mítico conejo blanco, fue el origen de un libro que conoció el éxito inmediato. En 1869 llegaron las primeras traducciones y en 1871 A través del espejo y lo que Alicia encontró allí, una segunda parte de la ya celebradísima ficción. Finalmente, en 1990, veinticinco años después del original, el propio autor publicó una edición expurgada, dirigida a niños de cinco años.
Y es que, en realidad, Alicia en el país de las maravillas es mucho menos infantil de lo que suele considerarse. "El absurdo vuelve a admitir a los adultos en el misterioso reino habitado por los niños", dijo de este cuento André Breton. Las sátiras y extravagancias que se nos proponen cuando la muchacha decide seguir al conejo blanco a su madriguera hicieron de estas páginas una lectura favorita tanto de los surrealistas como de los consumidores de LSD. Convertido en un auténtico icono entre los alucinados, el conejo blanco -entre otros muchos símbolos- inspiró una de las canciones más célebres de Jefferson Airplane, banda señera en la escena psicodélica californiana.
Publicado el 20 de julio de 2015 a las 08:30.